Hace años escuché que la realidad no existe. Y creí haber
comprendido. Compartí la idea, la repetí en la facultad, en el taller, en el
supermercado. Todos sabemos que la realidad no existe.
¿Y entonces?
Seguí mi vida pensando que la realidad no existe pero viviendo
como si existiese. O sea, el decir, el vivir y el pensar pueden circular por carriles paralelos. Lo cierto es que no
había entendido nada. Nada de nada.
Hasta que algo hizo click y la regla universal de las
paralelas se quebró en el universo del las frases repetidas, las palabras se
cruzaron con la materia, la vida con las palabras, y por primera vez el pensamiento comenzó a
tejer con los hilos de las ideas que creí haber entendido.
Me gustan las tautologías.
La realidad no existe, y eso quiere decir que la realidad… no existe.