por Arianne Sodero Calvet







martes, 24 de mayo de 2011

ramos generales


Mi abuelo, F. (o H. para los amigos y los nietos), tenía un almacén. A él nunca llegué a conocerlo, y al almacén, tampoco. Pero de lo que fue ese lugar me queda un anecdotario propio y uno ajeno. El ajeno cuenta que era un lugar amplio, con paredes de adobe, lleno de latas de leche condensada, fundas para cuchillos, tornillos, y galletitas sueltas. El propio atestigua a distancia que el bolichín fue quizás un laboratorio, del que quedaron los frasquitos de vidrio, y varios experimentos fallidos, que fue una pinturería, y que además funcionaba una venta clandestina de aguardiente.

Nunca encontré las latitas de leche condensada.

2 comentarios:

Javier dijo...

Pues en la casa de mis abuelos, que sí llegué a conocer, mi abuelo mantuvo semi escondidos los restos de lo que fue una pequeña librería-juguetería-kiosco que puede haber funcionado entre los años '50s y '60s en Mendoza ciudad, a juzgar por los elementos que tanto nos sirvieron de entretenimiento (inofensivos y ofensivos) a un nutrido grupo de primos y primas contemporáneos de edad: máscaras de carnaval (de notoria calidad), lápices varios, cuadernos, variados artículos de pirotecnia, extrañamente conformados con papeles de diario, soldaditos de plomo y alguna brillantina. Todos ellos resplandecían en nuestras manos y formaban parte de un singular botín que siempre era disputado entre grupos antagónicos de nuestra absurda y formalísima ficción. Además, una fantasía voraz permaneció hasta la demolición de esa casa, una vez que ambos, abuela y abuelo fallecieron: había en un escondite un tesoro aún mayor de artículos que nunca habían sido encontrados. Crecimos y la vida tomó diferentes direcciones. Pero en el barrio recuerdan que los obreros que trabajaron en la demolición encontraron un extraño cofre...

La Grieta Diáfana dijo...

genial relato, genial definición del juego infantil: "formal ficción".

besote!!!