Algunas cosas necesitan un nombre. Porque sin esa palabra
que las nombra, son nada. Absolutamente nada. Ayer, sin ir mas lejos, vi una
película, y mientras la veía no me gustaba pero, por alguna razón, llegué hasta último minuto con cierto interés. Podría haber sido solo una
película mediocre, hasta que en los créditos apareció el nombre del
autor de la novela en la que se basaba la peli. Ese nombre vino a rescatar las
pocas partes interesantes del relato. Un autor que contra todas las
falencias del film, hizo que la idea central sea finalmente consistente.
Los nombres sostienen y dan un lugar en el mundo. Pensaba en
el migitorio de Duchamp. Esa cosa que casi no existió hasta que le pusieron una
firma, la nombraron, y así dejo de ser un migitorio para tener un lugar en la
historia del arte, en nuestras ideas, en nuestra forma de ver y analizar las
cosas. Le bastó un nombre, le bastó una firma.
Pensaba en cómo a veces los pedacitos y los recortes que
conforman nuestra vida, las ideas y los proyectos inconclusos que no llegan a nada,
que se disuelven en el camino, por el solo hecho de no poder darles un nombre,
un lugar, una palabra que los haga existir.