por Arianne Sodero Calvet







lunes, 29 de abril de 2013

de blancos manteles almidonados (y de mi madre también).


Si hay algo que adora mi mamá, es contar historias ajenas. Preferentemente de desgracias e infortunios.

El último domingo fuimos a comer afuera. Mientras esperábamos en una de las inmensas galerías del caserón/restaurante, me puso al corriente. La dueña, al quedar viuda, lo había perdido todo. Eran sus últimos días en aquella mansión, antes que se efectúe el embargo, y la viuda para sobrevivir cocinaba los domingos.
Nos sirvieron empanadas y coca cola con cubiertos de plata y copas cristal. Seguramente era la vajilla con la que habría agasajado a sus invitados en otros tiempos.

Me quedé mirando las copas, los tenedores, las cucharitas de café.
Los manteles bordados a mano.
Los servilleteros de plata.

Entonces entendí que cuando faltan los motivos, todo se detiene en un instante y para siempre.