El funcionamiento de la economía es una caja negra para muchos, entre los que me incluyo. Por tal motivo, ante las cuestiones básicas de la vida cotidiana, como la inflación de los precios en el supermercado, estamos desprotegidos. No saber sobre las cosas importantes, nos vuelve indefensos. No entender la lógica de la trama, nos hace vulnerables.
Pensaba, por ejemplo, en que si se llegase a romper el calefón de casa y viene Juan Carlos Arreglatodo y me dice: “Señora, hay que cambiar el motor” deslizando un módico presupuesto de cuatro cifras “solo por ser usted, sino lo cobro mas, vio?”. Lo pagaría. Si. Pagaría por el motor de un calefón.
El problema es que si creo en la palabra de Arreglatodo puedo quedarme tranquila y contenta con un calefón funcionando con “motor nuevo”, pero si lo pongo en duda tengo que abrir el calefón y llevarme la enorme desilusión de que en verdad, los calefones no tienen motor (al menos no el que me vendió JC).
El saber tiene un costo. Implica un gasto de energía. Ver, investigar, leer, pensar. Querer saber, es todo lo contrario a quedarse tranquilo.
Si no entendemos la economía de la inflación y sin saber (porque no tenemos por qué saberlo de entrada) repetimos discursos ajenos, vamos a repartir mal las responsabilidades. Se trata quizás de tomarse el tiempo y el trabajo de abrir la caja negra y querer ver. Pero sobre todo, se trata de estar dispuesto a hacerlo.